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jueves, 5 de febrero de 2015

Parte IX: Kuillur y Duciru Abandonan a su Abuela Puma

El Origen del Canto del Huvin

En los tiempos de las primeras noches de luna llena, cuando el mundo aún era joven y la magia fluía como un río, los gemelos Kuillur y Duciru, hijos del cielo y la tierra, caminaban entre los hombres. Poseían la fuerza de los dioses y la astucia de la selva, y en un solo día, con sus manos poderosas, hicieron florecer extensas chacras de maíz donde antes solo había maleza.

Al llegar la luna de la cosecha, invitaron a la anciana que los había criado: la Abuela Puma, quien les enseñó los secretos de la selva, el lenguaje del viento y el cultivo de la tierra. Con el corazón lleno de alegría, ella los siguió hasta el corazón del maizal, donde las mazorcas doradas se inclinaban como ofrendas al sol.

Mientras recolectaban el fruto de la tierra, los gemelos, en quienes hervía un rencor antiguo por la manada de pumas que devoró a su madre, tramaron una traición. "Abuela", dijeron con voces dulces como miel envenenada, "iremos a revisar las trampas en el bosque y al caer la tarde volveremos por ti, para ayudarte a llevar la cosecha".

Era un engaño. Su verdadera intención era abandonar a su protectora en el laberinto de maíz, condenándola al olvido. Al salir del sembrío, Kuillur, el de la voz hechicera, pronunció las palabras que borran la memoria de la tierra: "¡Piquitza, piquitza!". Y al instante, cada huella, cada señal de su paso, se desvaneció como humo en el viento, sellando el destino de la anciana.

El sol se ocultó tras la montaña y la luna "Killa" padre de los gemelos, testigo silencioso, alzó su rostro pálido. La Abuela, al ver que los gemelos no regresaban, sintió el frío del abandono apretarle el corazón. Comenzó a llamarlos con un grito que rasgaba la noche: "¡Kuillur! ¡Duciru! ¿Dónde están mis hijos?".

Pero solo el eco le respondía. La desesperación se apoderó de ella, y sus gritos se transformaron en un aullido desgarrador que helaba la sangre: "¡Aaauuhhh! ¡Aaauuhhh!". Entonces, la magia oscura de los gemelos hizo efecto. La piel de la Abuela se enfrió y se tornó húmeda, su cuerpo poderoso se encogió, y sus manos se convirtieron en patas palmeadas. La noble Abuela Puma había sido transformada en una rana, perdida para siempre entre los tallos del maizal.

Y donde antes resonaba su potente voz, ahora solo se escuchaba un croar lastimero y solitario: "Ub, ub, ub, ub...".

Desde entonces, cuando la luna ilumina los pantanos y lagunas, el canto del Huvin revive el engaño que transformó a la Abuela Puma en rana. Su croar no es un simple sonido nocturno, sino el eco de una traición y una venganza silenciosa.

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